Metidos de lleno en la vorágine del día a día, de las prisas y del estrés, son pocos los momentos en que nos decidimos a echar la vista atrás y disfrutar de lo que hemos hecho, de dónde hemos llegado, de lo que somos y de lo que tenemos.
A veces, inconscientemente hacemos esa labor bien por cosas que vemos que nos hacen recordar “aquellos maravillosos años”, o por un olor que nos transporta casi físicamente a otro lugar, en el que sin duda fuimos muy felices. El olfato nos puede ayudar a recordar momentos, vivencias y revivir sentimientos que teníamos olvidados en la memoria, pero que sin duda perduran en el recuerdo.
Trabajar el olfato en enfermedades como el Alzheimer y otras demencias, pueden ayudar de manera muy positiva a los pacientes. Trabajar los olores, permitirá a los enfermos mantener la capacidad olfativa activa; igualmente, mediante la estimulación a través de diferentes olores, se puede diferenciar entre conceptos cognitivos tan diferentes como bueno y malo, agradable-desagradable o rico y malo.
Los olores y sus recuerdos nos permiten trabajar el lenguaje y mantener una comunicación expresando, en la medida de lo posible, lo que viene a nuestra mente. Si además esa comunicación se realiza en grupo, se interactúa con el resto de los integrantes, con los que se pueden intercambiar opiniones, vivencias, experiencias, etc.
Trabajar el olfato es un ejercicio sencillo que ayudará a recordar y evocar lugares, sentimientos, personas, acontecimientos etc.
¿Quién no se ha transportado a un lugar muy remoto, escondido en los confines de la memoria, al oler repostería recién hecha?
Un niño pequeño, mira con cara de asombro en la repostería de un pueblo, a un hombre vestido con su mandil blanco, y la cara manchada de harina, sacar con una gran espátula de madera, una hornada de pasteles recién hechos… ummmm… ese olor es especial, irrepetible, e inconfundible para el recuerdo.